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Trump se desdice y aprueba demoler el ala este de la Casa Blanca

En un giro que ha dejado boquiabiertos a historiadores, arquitectos y al público en general,...

Escombros del Ala Este de la Casa Blanca, demolida para construir un salón de baile, podrían ser vendidos por el presidente Trump como souvenirs, publicó en X Chris D. Jackson, presidente del Partido Demócrata del Condado de Lawrence, Tennessee.
Escombros del Ala Este de la Casa Blanca, demolida para construir un salón de baile, podrían ser vendidos por el presidente Trump como souvenirs, publicó en X Chris D. Jackson, presidente del Partido Demócrata del Condado de Lawrence, Tennessee.
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Por Juan Jose Lopez |

En un giro que ha dejado boquiabiertos a historiadores, arquitectos y al público en general, el presidente Donald Trump ha aprobado la demolición completa del Ala Este de la Casa Blanca para dar paso a la construcción de un opulento salón de baile de 90,000 pies cuadrados, valorado en unos 250 millones de dólares.

Lo que comenzó como un proyecto “modesto” y “respetuoso” con el icónico edificio se ha convertido en una transformación radical, simbolizando una vez más el estilo impulsivo y grandioso de Trump.

Pero, ¿cómo ocurrió esto? Vamos a desglosarlo paso a paso, con el drama digno de una telenovela política.

Un sueño de siglos… o de campaña

Todo empezó en el verano de 2025, cuando Trump, fresco en su segundo mandato, revivió una vieja fantasía presidencial.

“Por más de 150 años, cada presidente ha soñado con tener un salón de baile en la Casa Blanca para fiestas grandiosas y visitas de estado”, tuiteó en Truth Social el 20 de octubre.

El East Room, el salón más grande del edificio con capacidad para apenas 200 personas, se le antojaba insuficiente para sus eventos de alto perfil. Así que anunció un proyecto financiado en parte por donantes privados (incluyendo una jugosa contribución de 22 millones de Alphabet, la matriz de YouTube, como parte de un acuerdo legal previo) y, por supuesto, de su propio bolsillo.

“Es solo otra forma de gastar mi dinero en esta construcción”, bromeó en julio.

En ese momento, Trump fue claro: el salón de baile se construiría “cerca del Ala Este, pero sin tocarlo”. “Pagará total respeto al edificio existente, que es mi lugar favorito. Lo amo”, dijo durante la firma de una orden ejecutiva, rodeado de flashes y aplausos. Parecía una adición elegante, un guiño a la historia sin alterar el legado arquitectónico de la Casa Blanca, diseñada originalmente por James Hoban en 1792 y reconstruida tras la Guerra de 1812.

Ala Este de la Casa Blanca: de “no tocar” a derribarlo

Pero, como en tantas promesas de Trump, los planes evolucionaron… o mutaron, según a quién le preguntes.

En septiembre, durante una reunión de la Comisión de Bellas Artes, su asesor principal y secretario de personal de la Casa Blanca, Will Scharf, argumentó que la agencia federal encargada de supervisar proyectos en propiedades federales no tenía jurisdicción sobre demoliciones o preparaciones de sitio.

“Nos ocupamos de la construcción vertical, no de esto”, dijo Scharf, pavimentando el camino para lo inevitable.

Llegó el 20 de octubre, y ¡bum! (Literalmente). Equipos de construcción irrumpieron en el Ala Este de la Casa Blanca —tradicionalmente el bastión de la primera dama y su equipo— con maquinaria pesada.

Fotos dramáticas, publicadas por The Washington Post y NPR, muestran fachadas destrozadas, ventanas hechas añicos y escombros esparcidos por el suelo. Lo que Trump describió como una “construcción detrás de nosotros” resultó ser una demolición total.

Fuentes de la Casa Blanca confirmaron a medios estadounidenses que el “Ala Este entero será modernizado”, con la demolición completada para el fin de semana. El costo: ahora se estima en $300 millones, y el salón de baile no solo será más grande (capacidad para 650 sentados), sino con paredes de vidrio que alterarán por completo el perfil del edificio.

¿Por qué el cambio? Un funcionario de la Casa Blanca lo explicó con frialdad pragmática: “Era más barato y estructuralmente sólido simplemente demolerlo”.

Trump, en una rueda de prensa el 22 de octubre, minimizó la discrepancia: “Los planes siempre están sujetos a variar a medida que avanza el proceso”. Críticos lo ven como un patrón clásico: prometer respeto y luego arrollar con la excavadora.

¿Progreso o desecración histórica?

La backlash fue inmediata y feroz. El National Trust for Historic Preservation exigió una pausa, argumentando que el proyecto viola procesos de revisión pública requeridos por la Comisión Nacional de Planificación del Capitolio (NCPC) y la Comisión de Bellas Artes.

“Esto es una desecración absoluta”, tuiteó un excongresista demócrata, mientras que en redes sociales, memes de Trump con una bola de demolición inundaron X.

Expertos en ética cuestionan el financiamiento privado: ¿Es esto filantropía o un nuevo canal para que multimillonarios compren acceso al presidente?

La Casa Blanca contraatacó: “Indignación fabricada”, dijo un portavoz, recordando renovaciones pasadas por presidentes como Truman (quien reconstruyó gran parte del edificio en los 40) o Roosevelt (quien añadió alas). Trump, fiel a su estilo, posteó en Truth Social: “El Ala Este será más hermoso que nunca cuando termine. ¡El nuevo, gran y hermoso Salón de Baile de la Casa Blanca!”

¿Qué sigue? Un baile presidencial con toque Trump

Si todo sale según lo planeado —y con Trump, “planeado” es un término elástico—, el salón de baile estará listo para 2027, transformando el Ala Este de la Casa Blanca en un palacio aún más imponente.

Galas estatales con vistas panorámicas, cenas con 650 invitados y, quién sabe, quizás un DJ en la Casa. Pero este episodio encapsula la presidencia de Trump: audaz, controvertida y siempre un paso adelante de las normas.

¿Aprobó la demolición? Absolutamente, aunque el “cambio de parecer” lo pinten como una evolución inevitable. Al final, como dijo él mismo: “Es mi Casa Blanca favorita. La amo”. Y ahora, la está remodelando a su imagen y semejanza.

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