Vivimos en una era donde la inteligencia artificial (IA) se celebra como un avance revolucionario, pero ¿realmente está al servicio del bienestar colectivo o solo beneficia a unos pocos? Detrás de cada innovación digital hay desigualdades, explotación y devastación ambiental, lo que plantea serios dilemas éticos y políticos.
El espejismo de la neutralidad tecnológica
La IA no es neutral. Está cargada de sesgos que reflejan las desigualdades de nuestra sociedad y, en muchos casos, las perpetúa. Según la analista Lucía Ortiz de Zárate, cada línea de código está entrelazada con intereses políticos y económicos que priorizan el lucro sobre la justicia social.
Sonambulismo tecnológico y tecnooptimismo
La sociedad contemporánea acepta acríticamente cada innovación tecnológica, asumiendo que siempre es beneficiosa. Sin embargo, la IA reproduce discriminaciones de género, raza y clase, y su supuesta “objetividad” es un espejismo. ¿Puede una máquina que aprende de nuestros sesgos resolver problemas que nosotros mismos no hemos resuelto?
IA como tecnología política y justicia ecosocial
La IA es un artefacto político que refuerza desigualdades estructurales y concentra poder en manos de unas pocas corporaciones. Su desarrollo y despliegue están integrados en sistemas económicos que priorizan intereses particulares sobre el bien común.
Impactos ambientales y sociales
- Extracción de minerales: El cobalto y el litio, esenciales para la IA, se extraen en condiciones de explotación en países del Sur Global, mientras los beneficios se concentran en el Norte Global.
- Contaminación y residuos: Los centros de datos consumen enormes cantidades de energía y generan residuos electrónicos que afectan a generaciones futuras.
- Justicia ecosocial: La IA debe considerarse desde una perspectiva de justicia global, interespecífica e intergeneracional, integrando la sostenibilidad y el respeto a la biodiversidad.
Cadena de suministro de la IA: desigualdades y explotación
La IA no es intangible. Su materialidad revela impactos graves:
- Consumo de energía: Entrenar un modelo de IA puede generar cientos de toneladas de CO₂.
- Desechos tóxicos: Los dispositivos electrónicos tienen una vida corta y sus residuos suelen terminar en países pobres, donde se reciclan de manera informal.
Dilemas éticos de la IA
La IA plantea desafíos éticos que van más allá de lo técnico:
- Sesgos y discriminación: Perpetúa desigualdades bajo una apariencia de objetividad.
- Pérdida de autonomía: Los algoritmos condicionan nuestras decisiones.
- Opacidad: Nadie asume responsabilidad por los errores.
- Lenguaje engañoso: Se presenta como “inteligencia auténtica”, pero es solo un reflejo de nuestros valores.
¿Qué tipo de sociedad queremos construir?
La IA no es un recurso imparcial, sino un proyecto político que requiere regulación y transparencia. Como advierte Langdon Winner, las tecnologías encarnan decisiones políticas y valores sociales. La pregunta clave es: ¿puede el progreso medirse sin justicia, o la justicia sin humanidad?
Para que la IA sea ética, debe:
- Regular la extracción y uso de recursos naturales.
- Garantizar condiciones laborales justas.
- Priorizar la transparencia y participación pública.
- Incorporar criterios de justicia global, interespecífica e intergeneracional.
La IA es un espejo de nuestra sociedad. Puede ser una herramienta para construir un futuro más justo o un instrumento que perpetúa desigualdades. La elección está en nuestras manos: ¿optaremos por la sabiduría o por la fascinación tecnológica?