Río de Janeiro amaneció este 28 de octubre bajo el sonido de helicópteros, explosiones y balas. Una megaoperación policial en los complejos de Alemão y Penha, bastiones del narcotráfico, terminó con al menos 64 muertos —incluyendo cuatro agentes— y 81 detenidos. Autoridades la llaman “Contención”, un golpe al Comando Vermelho (CV), la facción criminal más poderosa de Brasil. Pero para los residentes, fue otra “masacre estatal” en comunidades donde el Estado solo llega con tanques y fusiles.
La operación, la más letal en la historia de Río, movilizó a 2.500 policías y militares, drones armados, vehículos blindados y hasta el cierre temporal del aeropuerto Galeão. El objetivo: desmantelar al CV, que controla el tráfico de drogas, armas y extorsión en zonas densamente pobladas cerca del centro de la ciudad. Sin embargo, el saldo —civiles muertos, escuelas cerradas, hospitales colapsados— volvió a exponer la cruda realidad: en Brasil, la “guerra contra las drogas” se libra con cuerpos de pobres y negros como moneda de cambio.
El caos comenzó a las 5:00 a.m., cuando agentes del BOPE (elité policial) irrumpieron en los complejos. Los narcos respondieron con drones explosivos, barricadas de autobuses incendiados y fusiles de guerra. Para el mediodía, el gobernador Cláudio Castro declaró que Río estaba en “guerra contra el narco-terrorismo”. Pero mientras las autoridades celebraban la incautación de 93 fusiles y toneladas de drogas, las redes sociales se llenaban de videos de madres llorando: “Mi hijo no era traficante, solo iba a comprar pan”, gritaba una mujer frente al Hospital Getúlio Vargas, donde llegaban los heridos.
Favelas ¿Victoria policial o otra derrota humana?
El Comando Vermelho no es un grupo cualquiera. Nació en las cárceles de los 70 como resistencia a la brutalidad estatal, pero hoy es un “narco-Estado” que mueve millones con cocaína, armas y alianzas internacionales. Su líder, Edgar “Doca” Alves, era el blanco principal de la operación. Según la policía, él orquestó la expansión violenta del CV hacia otras favelas, incluso aliándose con milicias paramilitares de ultraderecha. Pero como advierte César Muñoz, de Human Rights Watch (HRW), “estas redadas no acaban con el tráfico; solo siembran más odio y reclutamiento”.
El balance oficial habla de 60 “criminales” muertos, pero testigos y activistas denuncian ejecuciones extrajudiciales. “Llegan disparando, plantan armas en los cuerpos y dicen que fue un enfrentamiento”, acusó la diputada Lúcia Marina (PT) en X. La ONU expresó su “horror” por la letalidad, recordando que Brasil ya es el país con más muertes por intervenciones policiales del mundo: en 2024, hubo 758 solo en Río, un promedio de dos por día.
Mientras el gobernador Castro defendía la operación como un “éxito necesario”, en las favelas comenzaban los funerales colectivos. “Aquí no hay guerra contra las drogas, hay guerra contra nosotros”, dijo un joven de Alemão, donde el 80% de los habitantes son negros o pardos y el desempleo juvenil supera el 80%. Expertos como Luis Flavio Sapori, de la PUC Minas, lo resumen así: “Sin educación, empleo ni servicios básicos, el CV siempre tendrá soldados”.
¿Qué sigue? Más balas o soluciones reales?
El presidente Lula convocó a una reunión de emergencia en Brasilia, pero muchos ven esto como un parche tardío. El CV ya demostró que se recupera rápido: en 2021, tras la masacre de Jacarezinho (28 muertos), volvió a tomar el control en semanas. Mientras, en las redes, los hashtags #MassacreNasFavelas y #GuerraNasFavelas trendan con testimonios desgarradores.
La pregunta sigue en el aire: ¿Cuántas vidas más costará esta guerra que Brasil parece condenado a repetir?