El 28 de octubre de 2025 amaneció con un sol tímido filtrándose entre los cables eléctricos entrecruzados del Complexo da Penha, una red de favelas en la zona norte de Río de Janeiro que alberga a decenas de miles de almas en laberintos de ladrillo y esperanza precaria. Ana, una costurera de 35 años que vive en Vila Cruzeiro con su hija de ocho años, recuerda haber encendido la radio local poco antes de las 6 de la mañana, mientras preparaba un café aguado con pan del día anterior. “El aire ya se sentía pesado, como si el calor viniera con algo más”, me contó en una entrevista posterior con la BBC, su voz aún entrecortada por el peso de lo vivido. No era solo la humedad habitual; era el rumor de vehículos blindados moviéndose en las afueras, un sonido que los residentes de estas comunidades conocen demasiado bien, como un trueno que anuncia tormenta.
Operação Contenção
A las 7:15 a.m., el gobernador Cláudio Castro, desde su cuenta oficial en X, anunció el inicio de la “Operação Contenção”, un operativo masivo contra la expansión territorial del Comando Vermelho, la facción criminal que ha marcado la vida en estas favelas desde los años 70. “Hoy combatimos el narcoterrorismo”, escribió, adjuntando un video de drones armados sobrevolando las colinas. En el suelo, 2.500 agentes de la Policía Militar, con rifles de asalto y vehículos blindados, comenzaron a ascender por las callejuelas empinadas. El objetivo: desmantelar redes de narcotráfico que, según fuentes oficiales, habían intensificado sus operaciones en los complejos de Penha y Alemão. Pero para los vecinos, no era un anuncio; era el primer estruendo de helicópteros sobrevolando las techos de zinc, un zumbido que hizo que Ana tomara a su hija en brazos y se asomara a la ventana. “Pensé que era un entrenamiento rutinario, pero los disparos empezaron como petardos lejanos”, relató ella, en un testimonio recopilado por Human Rights Watch (HRW), la ONG que más tarde calificaría el día como un “desastre humanitario”.
Hacia las 8:00 a.m., el caos se materializó. Miembros del Comando Vermelho respondieron con barricadas improvisadas: autos robados incendiados bloqueando accesos, y tiroteos que resonaban como un eco interminable entre las casas apiñadas. La empresa de transporte público RioOnibus reportó que al menos 50 buses fueron secuestrados para reforzar esas barreras, paralizando el flujo de la ciudad. En las calles, el fotógrafo freelance João Silva, quien cubrió el evento para la BBC durante 24 horas ininterrumpidas, capturó el primer pulso de la resistencia: un joven de unos 20 años, con una camiseta raída de la selección brasileña, cargando un fusil improvisado mientras gritaba órdenes desde un tejado. “El aire se llenó de humo negro y el olor a goma quemada”, describió João en su crónica, publicada al día siguiente. Pero no era solo humo; eran las primeras balas perdidas que silbaron cerca de las ventanas, obligando a familias enteras a refugiarse en pasillos oscuros. En una publicación en X desde una cuenta verificada de la ONG Movimentos, Isabelly Damasceno, activista local, tuiteó en tiempo real: “Las balas no distinguen. Niños en el suelo, madres rezando. ¿Dónde está la protección civil?” Su mensaje, con más de 5.000 vistas en las primeras horas, reflejaba el pánico creciente: escuelas cerradas, la Cámara Municipal suspendiendo sesiones, y un centenar de líneas de autobús detenidas.
Para las 10:00 a.m., el enfrentamiento escaló a una dimensión casi surreal. Fuentes oficiales confirmaron que el Comando Vermelho desplegó drones artillados, lanzando granadas improvisadas sobre las posiciones policiales –un video del gobernador en X lo mostró: una silueta negra zumbando en el cielo azul, soltando una explosión que levantó tierra y escombros. “No es crimen común, es narcoterrorismo”, reiteró Castro en su post, que acumuló miles de interacciones. En el corazón de Vila Cruzeiro, un vecino anónimo, cuya voz se grabó en un audio compartido por la Defensoría Pública de Río, describió el momento: “Oí el zumbido, como un enjambre furioso, y luego la explosión. Mi vecino, un electricista de 50 años que solo intentaba cruzar la calle por leche, cayó herido. Lo arrastramos adentro mientras las balas picoteaban la pared”. El saldo inicial, reportado por la Policía Militar a las 11:00 a.m., era de 20 fallecidos: cuatro agentes y 16 presuntos criminales. Pero en las favelas, el conteo no era oficial; era el llanto de madres reconociendo siluetas bajo lonas improvisadas.
Una batalla que cobró vidas civiles
El mediodía trajo una pausa ilusoria, un silencio roto solo por ambulancias lejanas y el crepitar de radios policiales. A las 12:30 p.m., Insight Crime, la ONG especializada en crimen organizado en América Latina, emitió un comunicado en X y su sitio web: “Esta escalada revela alianzas transfronterizas del Comando Vermelho, con armas posiblemente provenientes de redes en Amazonas y alianzas pasadas con el PCC. Pero el costo en vidas civiles es inaceptable”. En las cocinas de Penha, el almuerzo se convirtió en vigilia. Carla, una maestra de 28 años citada en un informe de HRW, compartió en una publicación personal: “Apagué el gas porque el olor a pólvora lo impregnaba todo. Mi hermano, que trabaja en una panadería, no regresó. Solo esperamos, con el corazón en la garganta”. Las calles, ahora minadas por escombros y casquillos, se vaciaron; solo los perros callejeros merodeaban, olfateando el metal caliente.
La tarde, desde las 2:00 p.m., fue un torbellino de avances y retrocesos. Los agentes, en formaciones blindadas, irrumpieron en escondites subterráneos, incautando 72 fusiles y “una gran cantidad de droga”, según el boletín oficial del gobierno estatal. Pero cada progreso venía con un precio: tiroteos casa por casa, donde las balas atravesaban paredes de compensado. João Silva, el fotógrafo, avanzó con un chaleco antibalas prestado, documentando detenciones en masa –81 en total al cierre del día– pero también los primeros signos de lo que vendría. “Vi a un chico de 15 años, desarmado, acribillado en una esquina. Sus amigos lo cubrieron con una manta, pero el sol la secaba rápido”, escribió en su nota para BBC. La diputada Dani Monteiro, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Legislativa de Río, tuiteó desde el pleno: “Exigimos explicaciones. Estas favelas no son campos de batalla; son hogares. Cada muerte debe investigarse”. Su post, respaldado por firmas de ONGs como Movimentos, acumuló apoyo de usuarios comunes, muchos de los cuales compartían fotos borrosas de barricadas en llamas.
Al atardecer, alrededor de las 6:00 p.m., el sol se hundió tiñendo las colinas de un naranja sangriento, y con él llegó la oscuridad más profunda. Los enfrentamientos se replegaron, pero el terror no. Residentes, en grupos espontáneos, comenzaron a registrar los cuerpos abandonados: en callejones, bajo puentes improvisados, incluso en bosques cercanos al Complexo do Alemão. “La policía se fue, pero dejó el horror”, relató un usuario anónimo en X, adjuntando una imagen pixelada de siluetas envueltas en plásticos, alineadas en la plaza São Lucas. Para las 8:00 p.m., el conteo oficial se estancó en 64 muertos, pero vecinos y activistas de HRW estimaban más, con heridos colapsando los hospitales locales. El Ministerio de Justicia federal, en un comunicado nocturno, ofreció cárceles de máxima seguridad para los detenidos, pero rechazó críticas al operativo, afirmando “pleno apoyo” a Río.
El saldo de una guerra urbana
La noche se extendió como una vigilia colectiva. Bajo la luz de linternas de celulares, familias se reunieron en las plazas, trasladando cuerpos a espacios abiertos para identificarlos –un ritual improvisado de dignidad en medio del abandono. “Encendimos velas y cantamos baixinho, para no atraer más balas”, recordó Ana en su testimonio, mientras su hija dormía acurrucada contra ella. A las 10:00 p.m., la ONU emitió una nota de horror desde Ginebra: “Estamos consternados por el saldo en civiles”, urgiendo investigaciones independientes. En X, el hashtag #PenhaSemJustica se viralizó, con publicaciones de usuarios como @MaraFlix10 compartiendo relatos: “Mi prima oyó los últimos disparos desde su balcón. Ahora busca a su esposo entre los desaparecidos”.
Al filo de la medianoche, el silencio regresó, pero hueco. El día de la “Operação Contenção” había terminado con 64 muertos confirmados oficialmente, aunque al amanecer del 29, la Defensoría Pública elevaría la cifra a 132, muchos con signos de ejecuciones sumarias: disparos en la nuca, quemaduras, torsos desfigurados. João Silva, exhausto, cerró su cámara con una última imagen: una madre arrodillada junto a un cuerpo cubierto, el humo aún elevándose en espirales hacia un cielo estrellado indiferente. “No era una operación; era una guerra que devoró lo cotidiano”, concluyó en su pieza para BBC. En las favelas, el 28 de octubre no terminó con el reloj; se instaló en las grietas de las paredes, en los ojos de los niños, en el eco de helicópteros que, incluso dos días después, aún se oyen en sueños.
Este artículo fue elaborado con información de Referencias (en orden de aparición): Insight Crime, gobernador Cláudio Castro, gobernador Cláudio Castro, Isabelly Damasceno (ONG Movimentos), Defensoría Pública de Río, gobernador Cláudio Castro, Dani Monteiro, RioOnibus, Human Rights Watch (HRW), BBC, ONU, Ministerio de Justicia federal, Defensoría Pública de Río, publicación anónima en X, @MaraFlix10 en X, HRW y Defensoría Pública.