Cada año, entre septiembre y octubre, millones de azacuanes —aves rapaces migratorias como el zopilote cabeza roja y el gavilán de Swainson— cruzan el cielo de El Salvador en su viaje desde América del Norte hacia Sudamérica. Este fenómeno no solo es un espectáculo natural impresionante, sino también un símbolo cultural que marca el inicio de la época seca, conocida localmente como “verano”.
Un fenómeno natural único
Los azacuanes recorren más de 15,000 kilómetros, aprovechando las corrientes térmicas para ahorrar energía. Su paso por El Salvador es especialmente notable en zonas como Antiguo Cuscatlán, donde su presencia en grandes bandadas llena el cielo de movimiento y color. Este evento ha sido captado en videos virales, como el compartido por Diario El Salvador, que muestra la magnitud de su migración.
Desde una perspectiva científica, esta migración masiva responde a factores climáticos y de disponibilidad de alimento, pero en El Salvador trasciende lo biológico. Los azacuanes son un indicador ecológico y su llegada coincide con el fin de la temporada de lluvias, lo que los convierte en un referente cultural para las comunidades rurales.
Tradición y agricultura
Para los salvadoreños, el vuelo de los azacuanes es más que un evento natural: es una señal ancestral. Según la tradición popular, su aparición anuncia el fin del “invierno” (temporada de lluvias) y el comienzo de la época seca, un momento clave para la agricultura. Los campesinos interpretan su llegada como el inicio ideal para preparar la tierra y sembrar cultivos como maíz y frijol, que prosperan en condiciones secas.
Esta conexión entre el vuelo de las aves y los ciclos climáticos ha sido transmitida de generación en generación, mezclando conocimiento empírico y respeto por la naturaleza. La migración de los azacuanes refuerza la relación entre el pueblo salvadoreño y su entorno, recordando la importancia de preservar estos ritmos naturales en un mundo cada vez más urbanizado.
Ciencia y cultura unidas
Expertos en biodiversidad destacan que El Salvador forma parte de una de las rutas migratorias más importantes del continente. La presencia de los azacuanes no solo refleja la salud ecológica de la región, sino que también fortalece la identidad cultural del país. Su paso es un recordatorio de la interdependencia entre la naturaleza y la vida humana, donde la observación de estos fenómenos guía actividades esenciales como la siembra.